30 may 2008

Explicación de una risa

Íbamos a comprar algo para cenar. Yo pedí una empanada de camarones. Vania no quiso nada. No se sentía bien. Dijo que tal vez estaba embarazada. Dejé de sonreír. La señora que atendía se burló de mi repentina seriedad. Me reí. En mi vida he dejado miles de risas sin explicación. Quisiera explicar por qué lo hice aquella vez.
Sé que yo no puedo ser buen cuentista porque al recordar a Vania, recuerdo mis emociones y no los hechos tal como fueron.
Vestía de negro casi siempre. No me gustó sólo por eso. Ella era como un personaje que yo hubiera inventado. De hecho, mejor que Edith, una mujer que imaginé: estudiante de teatro, actriz, interesada en la política y la escritura, irónica, simpática, con tendencia a la aventura y al misterio. Quise una novela para Edith pero mi incapacidad es grande.
Vania era pequeña. No sé por qué me cautivan las mujeres pequeñas. Era delgada, aunque le gustaba contar las calorías de toda la comida que engullía. No es abuso el verbo engullir. Me sorprendió la primera vez que la vi devorar un platillo.
No me pregunten cómo. Estábamos sobre un escenario el primer día que platicamos. Las butacas desiertas nos veían. Ella disertaba sobre el teatro. Yo me fascinaba con sus inteligentes ojos oscuros, con su sagaz aro en el ombligo, con sus besables piecitos desnudos. Empecé a nerviosar de un lado a otro. Le pregunté si le gustaba el café. Fuimos por unos.
Ya al aire libre habló de la necesidad de libertad. No me gustaba su afición por Heidegger, pero lo consideré error diminuto frente a su nariz respingada y hermosa.
Le pregunté si vivía sola y me dijo que no que con un amigo. With a friend of mine, hubiera dicho en inglés. O quizá with my roommate. Y vivía en la colonia Obrera. En Juan de Dios Peza. Eso bastó para creerla destinada para mí. La Obrera es mi patria. La colonia de mi vagancia, donde he vivido siempre, incluso, en los tiempos en que no.
Me invitó a una obra de teatro. Yo tuve que dejar a la novia con la que andaba para acompañar a Vania. Ella llevaba un sombrero gangsteril y una minifalda. Indudablemente me estaba enamorando de una teatrera.
La obra estaba medio chafa. Setenta razones para ser politécnico, o algo así. Hubo un chiste. Una actriz con una playera de la UNAM dijo que ella no quería ser politécnica sino ir a una universidad chingona. Yo fui el único que se rió en todo el público. Vania estaba contenta.
Esa noche al regresar me sentía orgulloso de estar acompañando a una mujer tan guapa. A pesar de que Juan de Dios Peza es un callejón horrible, con chatarras de coches a ambos lados, edificios llenos de costras y mugre, con olor a marihuana y grupos de sombríos holgazanes taloneando a cualquier extraño.
Vania me dijo que no me invitaba a entrar porque su compañero –esa justa palabra usó-- estaría posiblemente en calzones. Yo caminé una cuadra para llegar a mi casa pensando si en inglés hubiera dicho partner o roommate.
Era partner. Un chef mariguano cinco años menor que ella. Antes de él, Vania salía con un francés que andaba en la onda del posmodernismo y quiso iluminar a los tercermundistas con su brillante pero indesentrañable razonamiento francés. El tipo, además de filosofar con pedantería, era muy malo en la cama. Para colmo, quería una relación abierta, así lo exigía su moral desconstructivista. Vania lo mandó al carajo y se lió con el primer tipo que vio, que fue Aldo, el cocinero mariguano. Prefierí un buen pene que un buen cerebro, me dijo. Poco después de conocerse decidieron vivir juntos. Él estaba enamorado, tenía buen corazón; ella era convenenciera y le temía a la soledad.
No sé cuándo me contó eso. Pudo ser en algún café o en una pizzería, afuera del cine o sobre su colchón, o en su sala jugando ajedrez, acaso paseando a su perra o mientras nos corregíamos mutuamente nuestros escritos. O cuando la acompañaba a sus clases o en un bar tomando tequila, tal vez en lo que me preparaba un guisado o en lo que se calentaba el agua para que tomáramos café. No sé. Lo que sí sé. Y mal hará quien no me crea. Es que siempre supe que jamás vería desnuda a Vania. Era para mí un cisne salvaje.
Recuerdo muy bien una lluvia y una tarde. Ella me mandó un mensaje para que fuéramos por un café. Como llovía, nos quedamos largo rato platicando. Aldo la llamó. Ella le pidió, notoriamente molesta, que se esperara. Cuando llegamos a su puerta, él me miró lleno de celos. Ella le dio un café que yo había pagado y le restregó en la cara mi cordialidad.
Ay, si los hombres supieran cómo es la mirada que me dedican mis amigas. Nadie sentiría celos de mí.
Ahora explicaré lo del cisne. Robinson Jeffers escogió ese animal para simbolizar la belleza que no debe ser perturbada para que no deje de ser. Puro platonismo. Yo leí ese poema frente a Vania y luego hice uno, por su cumpleaños, llamándola así:
Vaticinio vibrante, voz vital
Aliada audaz y estimulante amiga
Numen tangible, niña de tres pies
Irradiada estela, esplendente
Amor imposible, cisne salvaje
Ella estuvo contenta con el presente de cumpleaños. Yo me volví su asistente en el montaje de una obra suya que, a mi juicio, bien podría considerarse teatralista, género del que me siento inventor. Coño, tal vez no he creado nada original en mi vida.
La obra tuvo muchos problemas. El peor fue la exacerbación de la neurosis de Vania. Nos empezamos a distanciar. Yo no era el aliado que había pretendido. Cuando me pidió ser su asistente --aliado, dijo--, me encantó esa palabra, amo las palabras, soy filólogo. Chale.
Yo comencé a planear independizarme en ese tiempo. Ella era mi ejemplo. Vania se entusiasmó con mi idea, me prometió ayudarme con toda la decoración. Yo sólo tenía que buscar un lugar habitable.
Fuera de los ensayos nos seguíamos llevando bien. Una noche después de ver un rato la tele en su cuarto, decidí que debía decirle todo lo que me gustaba. Qué adolescentes me parecen ahora estas líneas. No se lo dije pero al llegar a mi casa, me pasé en vela la noche escribiendo y oyendo música y pensándola. A la mañana siguiente mi padre había muerto. Mi corazón estaba como congelado. En el velorio recibí una llamada que me avisó de la suspensión del ensayo de esa tarde. Al otro día, sin embargo, después del entierro, asistí al estreno de la obra. No fue un éxito pero no estuvo mal.
Vania no estaba satisfecha. Era su problema. Demasiado exigente consigo y con todos. Yo ya no la podía ver como antes. La muerte me había pegado por primera vez. Como cuando por primera vez se ve el mar. No se puede estar rodeado de muerte y continuar enamorado. Yo me sentí atraído por la muerte, me fui hundiendo en ella, casándome con ella, fornicando con ella.
Vania comenzó a parecerme intratable, egoísta, insensatamente depresiva y hasta aburrida por predecible. Ella había pedido una beca para ir a Praga. Yo deseaba que la obtuviera para no verla más. Y sí, se fue a la ciudad más hermosa del mundo y yo me quedé aquí buscando dónde vivir, pagando renta y sin alguien que me ayude a decorar mi habitación.
¿Ven por qué me reí? ¿Está claro? Parecía que mi seriedad se debía al miedo a la paternidad y no. Era por no ser yo el padre.

28 may 2008

Explicación


para Andrea

No imagines los poemas
hechos entre paredes misteriosas
No
son cosas simples
como ojos adolescentes
como oraciones con sujeto
con mucho sujeto
y con un triste predicado
como contar que yo
hace diez años escribí:
te buscaba
y vagando vi
un río muerto
la noche que congelé el corazón
porque el poema es una vagancia
una condición errante
y una iluminación
que permite presumir
el sentido de la vista
además, en efecto, hace diez años
yo vagaba y vi un río muerto
porque están muertos
en largos ataúdes grises
en esta ciudad los ríos
y aunque vagaba de día
mi día era la noche
y aunque mi corazón se dedicaba
a sus latidos únicamente
se me iba poco a poco escondiendo
como en un hielera llena
de recuerdos sin sentido
porque yo la buscaba, la quería mía
y no la hallé, ni la hallaré, ni la hallo
y mi corazón se derrite
y vago y veo ríos muertos
y la sigo buscando
y ella existe
lo sé, la siento
ella es en realidad la causa
la cosa por la que los poemas
no son diáfanos
porque su claridad es brumosa
porque su sonido de alas
es el silencio en flor
porque ella se disfraza
de mujer, de ciudad
de música barroca
y no está en las palabras
ni en las calles donde ambula
ni en las voces
ni en los gestos que yo amo
está en camino siempre
en huida y retorno
pero seguramente también está aquí
en este movedizo aquí
en el que te busco
aunque te sepa distante
casi extraña
casi hecha de otro idioma
y como a ella, a ti
yo te busco y voy a la calle
y veo el Río de la Piedad
ese largo ataúd gris
por donde miles de autos
y aguas negras corren
y pienso en ella
en la poesía
y en ti, en tu tornada
y mi corazón se contenta.

19 may 2008

¿Poética?

Al principio no la intensidad toda
de sumersión se trata
de con mano suave alcanzar la hondura

para fuerza vendrá el segundo verso
para hacer un ataque placentero
y con el siguiente impacto, el ritmo
que anime e intensifique y exalte
y acelerando se contenga, goce
el retorno, el bemol, el motivo

la nueva pausa, la nueva calma
y vengan los ardores desbordados
crezcan desmesuras, griten latidos
apriétese la herida
es preciso hallar la primera cima
antes de emprender la segunda estrofa

que en un tono más alto
quizá modificando la postura
del poeta aún conciente de sí
a la voz ya plenamente extraviada
en un bosque de gemidos y cepas
y gestos dolorosos en deleite
y carnes en temblor de escalofrío
donde la afición misteriosa fluya
del ritmo y sus demencias
del aire y sus caricias
del sueño y sus cadencias
de la piel y sus malicias

que sea hipnosis, perdición, ladera
nebuloso abrazo del anhelo
y agotamiento y caída
confesión y pregunta, desnudez.

16 may 2008

Cigarros (no pensamientos) sueltos

El problema de la ironía es que es demasiado congruente consigo misma.

El existencialismo no puede ser una filosofía seria porque jamás se planteó a profundidad una fenomenología del último cigarrillo.

La realidad es sólo un medio para evadirse de la literatura.

Después de cuatro mudanzas, en menos de un año, no me cabe duda de que la literatura portátil es una de las más crueles invenciones de los literatos.

14 may 2008

Sobre la nueva ley del libro

No es porque me guste llevar la contraria, pero yo no comparto el optimismo de diversos columnistas entorno a la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro. De hecho, yo me tomo en serio las siguientes preguntas: ¿es bueno leer? ¿Leer nos hace mejores personas?

Por supuesto, que yo no podría dejar de leer. Pero no me considero mejor persona por esa razón y tampoco estoy seguro de cómo uno sabría determinar con precisión en qué consiste ser “mejor persona”.

Ciertamente, opino que todo ciudadano que elija a sus representantes, también tiene que ejercitar su capacidad de juicio, y para ello es muy conveniente la lectura tanto de obras literarias, como de textos informativos. Sin embargo, existen textos dogmáticos, estúpidos y charlatanes, aparte, quizá ningún libro está completo por sí mismo, sino hasta que el lector lo concluye, lo cual implica que las interpretaciones de una lectura son mitad responsabilidad del receptor.

Me gustaría más una ley para fomentar los buenos libros. Pero estaríamos también en otro problema. Sería inaceptable un censor que dijera cuáles son buenos y cuales malos. Pese a ello, considero que uno de los métodos más eficaces históricamente para la promoción de la lectura es la censura y la persecución de intelectuales.

Los países de Europa del Este leían mucho más bajo el yugo comunista que con la libertad democrática. Me impresiona el tiraje que alcanzaron en la desaparecida Checoslovaquia las novelas de Kundera, y también de otros autores que se editaban clandestinamente, creo que nunca antes hubo tantos escritores en Praga. Para crear más lectores no hay que regalar libros, sino prohibir la lectura. Sólo lo prohibido es valorado con facilidad.

Piénsese también en el blog Generación Y, que fue bloqueado para los internautas de Cuba, casi al mismo tiempo que se legalizaba la compra de computadoras. Quizá sea el blog más visitado en español. La revista Time no en vano colocó a Yoani Sánchez como una de las 100 personas más influyentes. ¿Acaso será una exageración propia de los imperialistas? Como sea, yo creo que si hubiera libertades políticas en Cuba, tendría menos lectores.

Mi teoría es que las dictaduras, y no las democracias, favorecen y fomentan la lectura. En México, hubo dos momentos históricos que resultan buenos ejemplos: el porfiriato y el maximato. Bajo la dictadura (acaso también dictablanda) de Porfirio Díaz se consolidó la generación positivista, se publicó El Renacimiento, la extraordinaria pionera de las revistas literarias en nuestro país, la cual venía ha demostrar el auge cultural de los años porfiristas.

Y bajo la sombra autoritaria de Plutarco Elías Calles, el gran muralismo de Orozco, Siqueiros y Rivera se dio a conocer, y en el campo de las letras la generación del Ateneo brilló como ninguna otra generación de intelectuales mexicanos: Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio y Alfonso Caso, y otros. Si esto ocurrió en una dictadura de 7 años, imaginemos lo que habría sido en una de siete décadas.

Sin dictadores latinoamericanos, nos habríamos perdido el setenta por ciento de las grandes novelas latinoamericanas, si no es que más.

¿Y aún así se pretende fomentar la lectura mediante leyes democráticas? No, señores, para convertirnos en un país de lectores requerimos con urgencia una tiranía militar que persiga incansablemente a todo aquel que se atreva a tener ideas.

5 may 2008

Café Majada

Majada es una de esas palabras difíciles, cuyas acepciones divergentes podrían ocasionar más de un disgusto. A mí no me preocupa su dificultad porque no suelo ver lo difícil en lo bello. Y es bella. Tanto que Garcilaso la ocupó:

si tú respondes pura y amorosa
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás primero
que'l cielo nos amuestre su lucero.

Por el contexto es notorio que ‘majada’ es un lugar, y con un poco de información sabríamos que el ‘yo’ de ese poema es un pastor, por lo cual majada debería ser un lugar de pastores. Y sí, éste es el primer significado que registra la Real Academia Española: Lugar donde se albergan los pastores. Pero también donde se resguarda el ganado. Y por esa razón comienzan los problemas.
Como hombre de ciudad no sé de cierto, pero supongo que las majadas pueden apestar muy fácilmente. Conozco el hedor de los circos por la mañana y me imagino que en una majada algo semejante ocurre. Por eso la palabra ha de tener sus otras significaciones, que resultan necesariamente malolientes: estiércol de animales y excremento humano.
¿Cómo es posible que majada designe esas apestosas realidades?
El mundo bucólico, como sabemos, se trasladó a la literatura idílicamente. Las ciudades, que siempre han sido fábricas de fratricidas, motivaban a los poetas a exiliarse, al menos en sueños, al campo, y allí imaginaban una vida edénica.
Pero los pastores eran muy callados y comían con las manos y no entendían discursos sobre la edad de oro. Para colmo fonéticamente se parece mucho a manada. Y los pastores acaso quisieron alguna vez decir manada y dijeron majada, o al revés. El punto es que en menos de cuatrocientos años Juana de Ibarbourou escribía esto:

- ¿Adónde vas, pastora de mirada encantada?
- Voy a prados de rosas a pacer mi majada.
Y trina, trina, trina la flauta de cristal
Y se apiada la gula del lobo y el chacal.

Ella utiliza la palabra ‘majada’ para referirse a una manada, significado que se usa sólo en Uruguay y Argentina, según creo.
Puede haber otras acepciones. Berceo también la utilizó en una cuarteta que mi pudor me impide transcribir con un significado que no alcanzo a precisar: "Los ojos ovo presos e la faz bien majada".
Emilia Pardo Bazán utiliza ‘majada’ también como adjetivo: ‘nuez majada’, ‘anchoa majada’, ‘almendra majada’. ¿Será una locura culinaria, gallega o femenina? ¿O será una necedad de la RAE no incluir ese otro significado que, sin duda, existe?
Un académico pensaba hacia 1946 que ‘Madrid’ provenía de ‘Majada’. Quién sabe en cuál de sus significaciones. Pero lo más seguro es que se equivocara. Los eruditos se la pasan cometiendo errores. No así los poetas, que como utilicen las palabras, las hacen relucir, para prueba dos de mis preferidos: Miguel Hernández:

¡Ay, majada segura!,
no dejes que me pierda en los alcores
armados de alacranes y culebras;
que paste sola agrillo de temores,
que embarrancada quede en estas quiebras.

y César Vallejo:
Rumia la majada
y se subraya de un relincho andino.
En la edición de la Reina Valera de la Biblia en 1909 también se menciona esta palabra: “En buenos pastos las apacentaré, y en los altos montes de Israel será su majada: allí dormirán en buena majada, y en pastos gruesos serán apacentadas sobre los montes de Israel.”
¿Y para qué tanta majada? Casi es majadero escribir tanto sobre una sola palabra. Si majada puede entenderse como mierda, alguien que arroja mierda verbal, se debe llamar majadero, ¿no es verdad?
Inventando etimologías casi me siento santo.
El punto era decir que he creado una página llamada Café Majada. Y que no debe entenderse ninguna acepción pestífera. Porque ‘majada’ para mí suena a refugio y suena también a lugar habitable, si bien alude a bestias, estiércol y bramidos, para mí ni las bestias ni el estiércol ni los bramidos hacen inhabitable un lugar. Más bestias hay en las megalópolis y las habitamos. Más estiércol hay en el espíritu de nuestro tiempo y lo reproducimos. Más bramidos hay en nuestros ojos y no nos atrevemos a escribirlos.
En Café Majada espero que varios reseñistas escriban comentarios a ciertos libros para orientar al lector de internet que pretenda información sobre autores de actualidad o clásicos. Además de ofrecer algunos ejemplares a bajo costo y noticias del ámbito libresco.
¿Quién no quiere conducir un rebaño de libros a su majada? ¿O quién no apreciaría una majada de buena literatura?