18 sept 2008

Yo no fui

DEDO INQUISIDOR: ¿Dónde estabas la noche del 15 de septiembre de 2008?

ANTONIO: ¿Cómo que dónde? En el mismo lugar que todos: bajo el cielo, sobre la tierra.

DEDO INQUISIDOR: ¿Dónde celebraste la Independencia de México?

ANTONIO: ¿Celebrar? Yo que voy a andar celebrando, vivo refugiado en mi departamento, ¡que celebren los mexicanos! ¿Yo por qué? Además cuál independencia.

DEDO INQUISIDOR: ¿Estás a favor o en contra de la violencia?

ANTONIO: Pues a veces.

DEDO INQUISIDOR: ¿Cómo que a veces? ¿La apoyas o la condenas, eres parte de la solución o un terrorista en potencia?

ANTONIO: Las cosas no son tan fáciles, yo quisiera fumar en lugares públicos cerrados sin que alguien crea que estoy violentando sus pulmones, quisiera burlarme de las estupideces sin que el estúpido se sienta ofendido, en el fondo me caen bien, ¿sabes? Por eso supongo que no estoy en contra de la violencia, más bien trato de acostumbrarme a ella y no me pongo a llorar cuando la violencia connatural a la vida destruye diversas formas de cultura. ¿Eso es terrorismo?

DEDO INQUSIDOR: ¿Qué?

ANTONIO: Respirar es hacer violencia. ¿A cuántas hormigas asesinaron los miles de pacifistas que marcharon contra la violencia?

VIOLENCIA: Ochocientas veintiuna.

ANTONIO: Ah, ¿ya ves?

DEDO INQUISIDOR: No entiendo.

ANTONIO: Pus no.

VIOLENCIA: Insúltalo a ver si así entiende.

ANTONIO: Mejor tú dile quien eres, y que me deje de acusar.

VIOLENCIA: Me gusta que te acuse. Las acusaciones también son actos violentos.

DEDO INQUISIDOR: ¿De qué hablas? ¿Quién eres tú y dónde estabas la noche del 15 de septiembre a las once de la noche?

VIOLENCIA: En todas partes, en todo el mundo, en todos los corazones.

DEDO INQUSIDOR: Conque sí. Entonces tú fuiste quien lanzó esas granadas contra civiles, mujeres y niños.

VIOLENCIA: (aparte) ¿Las mujeres y los niños no son civiles?

ANTONIO: Ya no me acuerdo de mis clases de civismo.

DEDO INQUISIDOR: ¿Se burlan de una tragedia?

ANTONIO: La verdad es que yo ya ni tengo fuerzas de burlarme, ahí sigan discutiendo. (Se cruza de brazos y dormita)

VIOLENCIA: No me burlo, mis provocaciones no son tan vulgares, pero juguemos. Adivina Inquisidor, ¿quién soy?

DEDO INQUISIDOR: La Violencia y te vamos a encerrar y a condenar a muerte y a torturar y…

VIOLENCIA: ¡Mis consejos!

DEDO INQUISIDOR: Es que tenemos que acabar contigo.

VIOLENCIA: A ver, seamos didácticos, yo soy aficionada al didactismo y a las enseñanzas, ¿sabías que yo inventé la escuela, las bancas alineadas, la tarima que eleva al profesor, etc.? Bueno, no importa, lo que importa es que te daré una cátedra.

DEDO INQUISIDOR: No creo eso de la escuela, ¿estarás mintiendo?

VIOLENCIA: No me hacen falta las mentiras. Mira, soy una invención humana, si me presento ante un león, éste no me ve, no me oye, y solito va y devora a la cebra. Dirás que por instintos naturales que eso no es violencia, en efecto, pero no tan mecánicamente como lo imaginas. Conozco perros que matan patos o palomas por diversión, no por hambre.

DEDO INQUISIDOR: A mí no me interesa la violencia, si se le puede llamar así, de los animales.

VIOLENCIA: Ah, mi querido extraterrestre o robot o planta, ¿qué eres si no un animal?

DEDO INQUISIDOR: ¡Ya vas a empezar con insultos!

VIOLENCIA: Todavía no los requiero. Mira, los humanos se sienten tan importantes que creen que los ciclones son por su culpa. ¡Dios ya no nos quiere, hay que hacer sacrificios, el calentamiento global, etc.! Les encantan las invenciones por la culpabilidad que sienten de estar vivos. Mas, antes de la humanidad había en este planeta lluvias, tormentas, nevadas, ciclones, huracanes, y toda clase de fenómenos destructivos que acababan violentamente con otras especies. Por supuesto, no se decía que fuera “violentamente”. Porque la violencia no existe más que en el corazón humano.

DEDO INQUISIDOR: ¿El corazón? En el corazón habitan sentimientos: amor, compasión, alegría…

VIOLENCIA: Odio, rencor, ira, rabia… No le tengas miedo a los sentimientos. Los hombres no explicaban el deseo de controlar al otro, de adueñarse del mundo, más que inventándome. Eso que en los animales se conoce como instinto de supervivencia en los humanos se llama crueldad.

DEDO INQUISIDOR: No es tan fácil, los secuestradores, lo terroristas, no me digas que sólo quieren vivir, ¡que vivan y que no jodan!

VIOLENCIA: No se puede, Dedo, vivir es joder. Hay dolores “violentos” desde antes de que un humano nazca. Esos dolores, esa violencia, son la expulsión del paraíso de la nada. Nadie puede evitar ser dañado por el cambio de clima, todos lloran, el recién nacido, quieras o no, se enfrente con violencia a vivir sin alimento automático, al aire, al ruido, a los gestos simpáticos de sus familiares. La violencia que sienten los humanos es insalvable, genera violencia. El más pacifista lleva en su corazón a un criminal, créeme.

DEDO INQUISIDOR: Pues a todos los que lleven en su corazón a un criminal los atraparemos y los destrozaremos y conseguiremos vivir en paz.

VIOLENCIA: He ahí la violencia: el violento deseo de vivir en paz.

ANTONIO: Oye, yo quiero vivir en paz, aunque para ello tenga que asesinar a mis vecinos.

VIOLENCIA: Exactamente. No sé por qué se les olvida que son animales carnívoros y que tienen que asesinar a otros animales para sobrevivir. Ni sé cómo se les olvida que no alcanzan los alimentos y que hay un montón de empleos que no están dispuestos o capacitados para desempeñar y que requieren esclavos o trabajadores que necesariamente vivirán en peores condiciones que ustedes y que por lo mismo los envidiarán y querrán desplazarlos a la primera oportunidad.

DEDO INQUISIDOR: Pero si vivimos en paz con nosotros mismos…

VIOLENCIA: ¡No vives contigo mismo, vives en comunidad, coño!

DEDO INQUISIDOR: Sí, sí, pero si amamos a nuestro pueblo y trabajamos por la comunidad y…

VIOLENCIA: Entonces serás violento con los que sean de otros pueblos y de otras comunidades y con personas que no creas que merezcan pertenecer a la misma comunidad que tú. Habrá exiliados, extranjeros y traidores. La violencia no puede cesar.

ANTONIO: Sí, caray, declárate violento y ya, todos en paz.

DEDO INQUISIDOR: Soy violento, pero sólo con los violentos.

ANTONIOS: Todos somos violentos, así qué chiste.

DEDO INQUISIDOR: Bueno, sólo seré violento con los terroristas que lanzaron granadas en Morelia.

ANTONIO: Bueno, es tu vida, en verdad te juro por la virgencita de Guadalupe que yo no fui. Y como todo Teatralismo debe tener algo de novedad, vamos a terminar éste invitando a Pedro Infante y cantando juntos:

PEDRO INFANTE: Si te vienen a contar cositas malas de mí

VIOLENCIA: Manda a todos a volar y diles que yo no fui

ANTONIO: Parapa papa papá

PEDRO INFANTE: Son puros cuentos de por ahí

VIOLENCIA: Tú me tienes que creer a mí

DEDO INQUISIDOR: A ti te dicen “el yo lo vi”

TODOS: ¡No, no, no, no, yo no fui!

15 sept 2008

Sin mañanas

De nuevo he perdido la mañana
apenas la luz extendía sus brazos
yo ya no podía quitarme el cansancio
otra vez debí dedicarme al encierro
con los ojos como pozos exhaustos
con los ojos por varias horas mudos
queriendo soñar que mi encierro
no es sino jaula de sueño
y no debo preguntarle a los extraños
ni a mi familia ni a las iglesias
si vivir sin mañanas, sin sol ni azul
es condena, y si lo es, ¿por qué a mí?
¿quién me escogió la prisión lluviosa de la tarde?
¿quién me encarcela en las celdas de la noche?
Y hace que estos pozos exhaustos de mis ojos
derramen gotas de extrañeza y agotamiento
gotas que son protesta de las húmedas piedras
que deben blindar la ciénega del alma
gotas que cristalizan de pena adormecida
las llaman lagañas y bostezos los infames
ruidos que no alcanzan categoría de voces
porque sin rostro dan órdenes y burlas
capataces de la puntualidad y del abismo
y de los castigos por llegar tarde
¿llegar tarde? ¿yo que sólo vivo la tarde
que tengo vedada la mañana
detrás del espejuelo de la pesadilla?
Allí donde la gente quiere fugarse
largamente, largamente, largarmente
Pero solo se van a trabajos, a calles y casas
igual de solas, igual de cansadas
y se van con prisa
como si les apurara morirse
o vivir que es lo mismo que morirse
Resulta que es lo mismo estar aquí
perdiendo todas las mañanas
andar sin azul ni sol por la vida
sin recordar al viejo y renovado viento
de los días que extravío
y que otros pierden corriendo
como si fueran a alcanzarlo alguna vez
Ellos corren y yo me quedo
casi sin piernas tras una ventanilla
que tampoco funciona para habitar
¿cómo va a funcionar una ventanilla
para ver la vida desaparecer?
sin mañanas
¡y sin soles!

9 sept 2008

Para la trabajadora de cualquier estación

Que no se les ocurra un aparato
Que no decidan colocar una máquina
Que ya bastantes máquinas hay en la calle
A veces creo que voy por una fábrica
de metales histéricos cuando ando en la calle
a veces creo que refrigeradores
microondas y televisiones caminan
con dos patas y ropa por las banquetas
con su frío, con su prisa, con su cháchara
y entran al metro y viajan
como si fueran personas, pero no
me equivoco, aún son personas
que sólo parecen máquinas
porque en su rostro no están los ojos
sino botones de furia y neurosis expedita
ni está la sonrisa en sus bocas
que son como sintonías perdidas
incomunicables y descompuestas
por eso no, por favor no
de la manera más atenta, no
no hagan otra seria caja de metal
con rostro de botones y sin voz
que nos despache boletos
con mirada indiferente, no
yo quiero ver una boca con sonrisa posible
¿y si no es posible?
Si después de tantos días y tantas horas
y tantos boletos para viajes rutinarios
ya nadie puede la sonrisa
ni la mirada amigable ni siquiera,
oiga usted, ni el porfavor ni el gracias.
Entonces, les suplico otra cosita
hagan otra caja de metal
que nos aviente boletos
aunque jamás sonría ni sepa platicar
ni sea dichoso en ocasiones verla
con manos suaves acomodando los billetes
pero al menos, esto sí, con esto me conformo
antes que inventen su horrenda máquina
déjenme darle a la persona unas palabras
si es que se pueden las palabras dar,
porque las palabras a veces
dependiendo de los ojos que las oigan
consiguen ser poemas
y los poemas sirven para sonreír
aunque algunos ojos lloran
yo en este caso sólo quiero
que no sean los que lean ojos de máquina
sino unos ojos con sonrisa posible.

2 sept 2008

El tiempo por cigarros

Mido el tiempo por cigarros porque no me gustan los relojes. También me disgustan los celulares. Y por uno de esos dos motivos más de una maldita me ha dejado plantado. El otro día, afuera del metro Xola, la estuve esperando tres cigarros.

Luego me di cuenta de que tenía la tarde libre y mis pies ganas de moverse. Caminé hacia la cresta del Viaducto que está sobre Tlalpan. Vi las columnas de automóviles, me parecieron ovejas histéricas sin pastor. Me sentía en una especie de frontera. ¿A qué Delegación pertenece ese trozo de cemento convulso, Cuauhtémoc, Iztacalco, Benito Juárez?

Elegí pasarme al otro lado de la avenida. Las putas sólo se paran del otro lado. Sólo llevaba veinte pesos en la cartera. Pero me entretendría un rato. Es mejor ver putas que ver muebles o ropa o libros. Bajé por un pasillo subterráneo para cruzar Tlalpan, en realidad esos pasos son alcantarillas. Me tapé la nariz porque apestaba a verano. El verano escupe sin piedad lluvias todas las tardes y la lluvia al mezclarse con los orines produce una peste mucho peor que la de la mierda en tiempo de secas. También intenté trotar. Mis pies estaban aptos para una larga caminata pero no resistieron trotar más de diez metros. Además, una chica me llamó.

Desde el suelo en que estaba extendió hacia mí su brazo no con una pistola sino con un boleto del metro en la mano, tenía los ojos perdidos. Le di dos pesos. (Un cigarro suelto menos) Comenzó a balbucear. Tenía el ombligo de fuera. Puedes ir, dijo, al metro Bellas Artes, busca a un tipo moreno con una camisa a cuadros y un pantalón café. Yo me quedé viendo su vientre y pensé que jamás había estado embarazada. ¿Pero cuántos niños, vagos, compañeros o hermanos habrían arrojado dentro de ella su semen? Por favor, agregó, y cerró los ojos y me di cuenta de que no sólo estaba drogada, también tenía una herida en la pierna. Le di otros dos pesos. Otro cigarro menos.

El aire de arriba, extrañamente, no me pareció un alivio, como suele ocurrir. Carajo, no soy Teresa de Calcuta. Además siempre he desconfiado de esa señora, ¿por qué no se quedó en Albania cuidando de sus conciudadanos?, indigentes y miserables también abundan en los Balcanes. ¿Los Balcanes? ¿Quién coños me creo, un periodista de El País? Tuve que renunciar a las putas. Ya no las podía ver con sosiego. Regresé con la chava que continuaba echada a medio pasillo. A ver, dime cómo se llama o cómo le dicen a ese tipo que buscas.

Quizá algo más que su pierna se estaba jodiendo en su cuerpo, aparte de su mente, porque habló como si su lengua estuviera enmohecida. Dijo algo así como Cabán o Tablán. Tal vez la podría llevar a mi departamento. ¿Cómo me iba a ver yo haciendo algo semejante? La va a violar, pensaría cualquier vecino. O llevarla a un hospital. O llamar una patrulla. Para que la que la violen sean otros.

Voy a buscar a ese muchacho, le dije, no te preocupes. ¿Por qué hice eso? Bueno, yo tenía la tarde libre y un boleto del metro.

Cuando salí en Bellas Artes, pensé que mejor me hubiera bajado en Hidalgo. Si bien en la Alameda hay muchos chavos indigentes, más bien se trata de una zona de chichifos. Luego creí que quizás a la persona que buscaba esa niña no era un indigente sino un chichifo. Yo no me iba a rebajar a preguntarle a ninguno de esos putos si se llamaban Cabán o Tablán o el carajo.

Si yo iba a pasarme una amena tarde entre putas, ¿cómo terminé entre maricones de la Alameda que buscan cliente o servicios? Me senté en el Hemiciclo a Juárez a comerme un jocho de a cinco pesos. Se me ocurrió entonces que la pobre muchacha allí en ese subterráneo no sabía si era mañana, tarde o noche. También imaginé que en la noche salen de las alcantarillas los chavos y que uno de ellos seguro podría saber algo o si no, pues, ya me iba a mi casa y punto. A mí qué me va importar quién se desangra o quien no.

Pasaron cuatro cigarros. Vi a un chamaco con el puño en la nariz y unos trapos grises por ropa. Andaba taloneando. Pa’ un taco, me dijo, sin desentenderse de su mona. ¿Tú conoces a un Cabán o Tablán, que sepan de una chava que anda por Viaducto? ¡Puta madre! Nomás de oírme me di cuenta de que cada día soy más estúpido. ¿Quién iba a saber aclararme algo con esos datos tan estultos que tenía? El chico se me quedó viendo con esos ojos amarillosos y huecos que cargaba, casi inmóvil, nomás conservando el puño en la nariz y la otra mano extendida. Los pelos de su cabeza semejaban clarísimamente un lacerado campo de cactus negros. Muestra irrefutable de que ahí dentro había un desierto. Le di un peso. Medio cigarro menos.

Buscas al Talibán, me dijo en cuanto me di la vuelta. El Talibán, las aves negras, el Talibán, repitió y se fue. No me quiso hacer caso de nuevo. Pero comprendí que Talibán era un nombre con sentido. Ese mocoso supo en unos cuantos segundos entender el sentido de un nombre propio. Yo llevaba alrededor de ocho cigarros sin encontrarle sentido a aquello. Soy una prueba de la inutilidad de los estudios universitarios.

Fui hacia la Plaza de la Solidaridad. Nadie la conoce por ese nombre. Pero ahí donde se ponen a jugar ajedrez jubilados y vagabundos y donde talonean chavos de la calle. A otro que me pidió un peso, le pregunté por el Talibán. ¿Qué pedo, eres tira? Preguntó y luego viendo mi flaqueza y facha de indiscutible estudihambre, dijo: anda en los troles. Le conté lo de la tipa en Viaducto.
Ha de ser la Muñeca, dijo. ¿Es morena, cabello largo y un pantalón azul de mezclilla? Sí, respondí. Ah, sí es ella, aseguró y yo no entendí porque pasamos años en las aulas estudiando sistemas complejos de análisis, cuando la realidad es tan sencilla de describir.

Él ya sabe donde está. Pero él mismo se la madrió, dile que se aguante, que no chingue, a ver si se le quita lo puta.

Me esperé unos cuatro cigarros en el andén porque todos los trenes pasaban atascadísimos de gente. ¿Por qué deciden buscarse un empleo al otro extremo de la ciudad? Quién sabe si fueron cuatro o menos, porque cuando no se fuma, el tiempo es más perezoso.

Bajé de nuevo a la alcantarilla que cruza calzada de Tlalpan, allí permanecía la joven. ¿Encontraste al Talibán? ¿Por qué ahora sí entendí perfectamente el nombre? No, dije. No agregué nada. No iba a darle explicaciones a una desconocida, ni que fuera mi esposa. Le ofrecí los catorce pesos que me quedaban. Gracias, dijo. Tenía los ojos lindos. Te alcanza para tres hot-dogs, aquí afuera. O podemos ir a mi casa si quieres. Nel, porque el Talibán es capaz de madrearme de nuevo, mejor voy a buscarlo, ha de andar en los troles.

Se fue hacia el Eje Central, por la Algarín. Yo salí del otro lado. Quise un cigarro suelto, pero ya no me quedaba ni un quinto. Por suerte, me di cuenta hasta después de pedirle a un señor que iba fumando que me vendiera un cigarrito. Mientras esculcaba mis propias bolsillos, él, asustado, me dijo, no hay bronca, quédatelo, o algo así. Sentencié, entonces, rumbo a mi casa, que había sido un día de suerte.